El pasado domingo día 23 de noviembre se publico en ABC, en la sección de Recursos humanos, el artículo escrito por J. Ibarrola, que por considerarlo de interés y aplicable a la clase directiva del mundo del deporte reproduzco a continuación.
“El exceso de ego entre los directivos no sólo empuja al suicidio profesional sino que tiene efectos devastadores en las empresas”
Ovidio cantó el desgraciado final de Narciso —el joven que murió ahogado cuando intentaba besar el reflejo de su propia imagen en el agua—, pero la historia no ha servido de escarmiento a tantos y tantos directivos pagados de sí mismos cuyo ego no sólo les ha echado una soga al cuello, sino que, además, ha tenido un efecto devastador sobre sus compañías. Y en un momento como el actual, cuando un desliz puede costar tan caro, los resultados de una encuesta de la consultora Hudson entre 1.050 directivos europeos no son muy tranquilizadores: nada menos que el 92% de los encuestados se considera «excelente» o «muy buen jefe», aunque sólo el 67% de sus colaboradores evalúa positivamente su trabajo.
Entre los españoles, la presidenta de honor de la Federación Española de Mujeres Directivas (FEDEPE), Pilar Gómez-Acebo, también advierte un exceso de narcisismo. «Ya sea debido a la inmadurez o a la ingenuidad, tenemos una clase directiva por hacer, por cuajar. Y se avecina una época dura que exige madurez como primera capacidad para responder a la adversidad. En parte por eso se van a duplicar las depresiones laborales en Europa, porque el ego es absolutamente inmaduro, y cuando es cuestionado o derribado se viene abajo sin capacidad de reacción».
Motivadores al principio
Pero, ¿por qué estas personalidades narcisistas e inseguras consiguen embaucar y terminan haciéndose con un sillón de mando? «Porque son motivadores y alentadores en primera instancia. Pero en el medio y largo plazo las empresas que los acogen enferman. Todas las decisiones pasan por lo que les gusta a ellos, que no es ni lo que necesita la compañía ni lo que les pide el mercado», cuenta Gómez-Acebo, también al frente de la consultora Placement Center.
Para el cazatalentos Ignacio Bao, presidente de la firma Bao&Partners Signium International, este tipo de liderazgo tan dañino en vez de basarse en la autoridad hace un uso abusivo del poder. «Por tanto, se cae en los errores típicos de esta clase de situaciones: rodearse de gente de menor nivel para ejercer una autoritas de la que carece, delegar tareas y no responsabilidades, priorizar el corto frente al largo plazo...»
Pero quienes sufren en sus propias carnes estos empachos de ego son los colaboradores más directos, los subordinados.
«Si le ríen las gracias, le dicen que sí a todo y le dedican horas de alabanzas excesivas serán bien tratados por el jefe, pero si le cuestionan son apartados o rechazados», explica Gómez Acebo, quien alerta de que, a la postre, la historia de este directivo acaba mal, como la del Narciso de la mitología griega. «Tristemente, viven un proceso de aislamiento y soledad».
Para Ignacio Bao estos episodios tan amargos se evitarían si el ejercicio del poder, que el cazatalentos entiende como un proceso de aprendizaje, surgiera «de la asunción paulatina de responsabilidades». «Lo ideal es que los directivos se enfrenten a validaciones externas periódicas que les indiquen sus fortalezas y debilidades, para que puedan corregir las actuaciones no adecuadas que les impiden alcanzar la excelencia en el ejercicio de su profesión», concluye.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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